LA LEYENDA DE SANT JORDI


Hoy es Sant Jordi. Un día muy especial, donde se regala una rosa a la persona que más quieres y también se regalan muchos libros. Pero… ¿conocéis la leyenda de Sant Jordi? Pues hoy os la cuento. He tenido un poco de ayuda de mis amigos peluchines de casa. Así que ahí va, espero que os guste.


Dice la leyenda de Sant Jordi que hace mucho mucho tiempo había un dragón monstruoso, con largas uñas y aliento de fuego. Este dragón hacía huir al pueblo, mataba a la gente con su aliento y se tragaba vivas a las personas.
Los aldeanos, sin otra solución, decidieron darle dos ovejas a diario para apaciguar su hambre.
Cuando terminaron con las ovejas, le dieron vacas, bueyes y todos los animales que tenían, hasta que se quedaron sin ninguno.
El rey convocó una reunión, donde decidieron que harían un sorteo y le darían al dragón una persona cada día, para que se la comiese.
Un desafortunado día, le tocó a la hija del rey, y él, entre lágrimas dijo: -Perdonad a mi hija y, a cambio, os daré todo mi oro, mi argento y la mitad de mi reinado, pero os los pido por favor, dejad a mi hija.
El pueblo le negó, y el rey pidió ocho días para llorar a su hija.
Llegado el día, el rey la vistió y la dejó delante de la cueva, cerca del dragón.
Pero de repente, cuando el dragón ya abría su gran boca para comerse de un mordisco a la princesa, apareció, cabalgando sobre un caballo blanco y con su lanza y su escudo dorado el
Caballero Sant Jordi, para salvar a la princesa de las garras de aquel enorme dragón.
Aquel caballero alzó su larga lanza y de un golpe, el dragón cayó desplomado al suelo, con la lanza clavada en el centro del corazón.
De repente, de la sangre del dragón que le brotaba cuerpo abajo salió un rosal, con unas rosas
que brillaban con el esplendor del sol, y de repente, el caballero Sant Jordi cogió una, la más bonita de todas, se dirigió a la princesa y se la dio en señal de amor.
El rey le pidió que se casara con su hija y que le daría todo su oro y la mitad de su reinado.
Pero el caballero se marcho sobre su caballo blanco sin decir nada.
Desde aquel día la gente del pueblo vivió tranquila.
No hace falta que las leyendas sean ciertas, tan solo hace falta que sean bonitas.

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