
Este fin de semana, me han llevado a Zaragoza, mis dueños querían ir a ver a Madonna, y como yo ya sabía, que si, que me llevarían a Zaragoza, pero que me dejarían en casa, por eso de que soy pequeño y que no me hagan dañó la multitud de gente que se concentraría allí, decidí hacer unas cuantas llamadas, mover unos cuantos hilos y asegurarme estar en el concierto también. Y a poder ser, lo más cerca posible del escenario.
Al final lo conseguí, me enviaron un Rolls Royce descapotable con chofer, me llevo al recinto de la Feria de Muestras de Zaragoza, y allí estuvimos parados un rato. Luego el coche arranca, y para mi sorpresa acabe encima del escenario, y ya mi corazón estallo de alegría cuando hasta Madonna se sube al coche, a bailar. Yo para no poner en ridículo a Madonna, me hice pasar por uno más de los bailarines del concierto. A ver, si los fans me hubieran visto, se habrían enfadado.
El concierto fue bien. Empezó con solo 10 minutos de retraso, las dos enormes emes que flanqueaban el escenario se iluminaron de violeta. Las videopantallas despertaron y Madonna se presentó sentada sobre un trono, vara de mando en plaza, un guiño en sus ojos y las letras rosas de “Candy Shop” para dejar claro lo que se avecinaba.
El Sticky & Sweet Tour se dividió en cuatro ambientaciones escénicas.
Los preludios entre todas ellas resultaron una excelente muestra artística que combinó la coreografía en directo con las videoproyecciones.
El aroma gánster del comienzo con Rolls Royce rosa en el que iba yo montado, dejó paso al espíritu lúdico y deportivo de los High School, además de una lección magistral de cómo se salta a la comba. “La isla bonita” siempre la había oído con ritmos latinos, pero esta vez el homenaje fue para Rumanía y los Zíngaros. El tramo final fue una fiesta “Rave” con marcados tintes espirituales y la visualización de que un mundo diferente es posible, otros lo hicieron y nosotros, ¿qué haremos con este mundo que nos ha tocado vivir? Un ejercicio que intentaba demostrar que el baile y el entretenimiento deben ser compatibles con la concienciación ciudadana sobre los graves problemas que acechan este inicio del siglo XXI.
El despliegue visual fue apabullante. Dos pantallas en ambos extremos del escenario y una excelente realización reflejaban todas las evoluciones de la cantante y los dieciséis bailarines de esos que en cada movimiento te cortan la respiración. Un espectáculo coreografiado con vértigo, medido al milímetro de la filigrana, plagado con multitud de detalles y ejecutado con brillantez. En la parte posterior del escenario tres pantallas móviles para subrayar, dar brillo y llenar de efectos ópticos e imágenes los temas. El momento más brillante en el aspecto visual dejó a Madonna en el interior de una jaula circular y allí, por el arte de los píxeles, tan pronto se bañaba en agua, como se mecía sobre un manto de plumas o sucumbía a los copos de nieve.
También hubo momentos para recordar a Michael Jackson, un bailarín nos recordó esa magia inexplicable que guardan los pasos del Moowalker, el guante blanco de Jacko en la mano de Madonna y sobre las pantallas una cita de Michael afirmaba que para hacer un mundo mejor sólo tenemos que hacerlo.
Madonna basó el concierto, en su gran mayoría, en el último de sus discos, un trabajo que no ha alcanzado las cotas de popularidad ni de ventas de antaño, en eso, los ochenta también son un sueño. Esa decisión musical fue un alarde de valor que dice mucho y bueno de la cantante. Madonna huyó de convertir el recital en un karaoke para nostálgicos y, en ese terreno del riesgo, adaptó las canciones de otras épocas a los sonidos más actuales de las pistas de baile, rasgueos de guitarra eléctrica y tintes raperos, un ejercicio que puede parece injusto con los exquisitos arreglos originales de algunos de los temas, sin embargo nos advierte de la importancia de mirar hacia delante, el inabarcable camino de transformarse para crecer en creatividad, toda una lección de modernidad para quien lleva más de veinticinco años en la escena musical. Pero no todo iba a ser máquina para la pista de baile, Madonna disfrutó de momentos netamente musicales, ya sabéis, se para la fábrica de los colorines, los músicos desenchufan sus instrumentos, el DJ ordena sus discos y sobre el escenario una banda de instrumentistas de la Europa del Este, guitarras, violines, las vías del tren, visados, pasaportes y los pobres del mundo invadiendo nuestros jardines configurados por la PS2 y Madonna, rodeada de todos ellos, sigue en el intento de demostrar que para la música y el corazón no hay fronteras.
La Reina del Pop sigue viva, larga vida para Madonna.
Una vez terminado el concierto, nos despedimos, nos dimos un abrazo, y se fue rápida para el aeropuerto, pues tenía que coger su jet privado e irse para Londres, a su casa, y a gozar del merecido descanso.
A mí me llevaron a casa, pero mis dueños, me han contado que tuvieron que esperar hasta 3 horas, para poder salir del recinto. Una mala organización, provocó que hubiera poquísimas vías de salida, provocando unos atascos monumentales.
